El arte de conversar

En la era digital en la que nos encontramos, en la que el tiempo es nuestro mejor amigo y nuestro peor enemigo, ¿qué define una buena conversación?

Las reglas del juego han cambiado. Tanto, que para poder dar una definición de lo significa realmente la palabra “conversación”, necesito trasladarme a un salón del siglo XIX e imaginarme a una joven tocando el piano, mientras dos personas mayores, probablemente los dueños de la casa, están en un sofá Ludovic. La conversación transcurriría desde la banal mención del cambio de estación hasta el intento —mediante preguntas aparentemente ambiguas sobre cómo funciona el mundo— de sacar información suculenta sobre la vida de los demás, con la esperanza de introducir en su anodina rutina algo de chispa. Pero claro, esa definición creo que existe solo en mi cabeza.

Estaba tomando un café en un sitio nuevo el otro día. Me encantan las cafeterías, tengo una adicción secreta, pero confesada (antítesis intencionada) al olor a café recién molido y a esos rincones mágicos donde lo sirven. Allí estaba yo, con mis pensamientos y algún documento impreso sobre negocios que me acompañó durante una hora, detalle que perfectamente podría permanecer oculto para siempre, pero soy una damisela de detalles de 1820, más o menos. Elegante, pero que carece totalmente de sentido pragmático. Chic, pero sin ir al grano la mayoría de las veces. Así que mientras disfrutaba de un latte y una lectura sobre cosas muy reales que me he propuesto a mí misma que he de saber, me quedé mirando con discreción hacia la mesa de enfrente. Lo que parecía ser una reunión de cinco amigos que habían quedado para ponerse al día parecía más bien una reunión de cada uno con sus cuentas de redes sociales y su pantalla de sus respectivos móviles. Claro que esto ahora, en los tiempos que corren, ni os suscita interés ni representa una noticia de actualidad, pero… sí una noticia que choca.

Choca con todo lo bonito que puede haber en un encuentro cara a cara, como una mirada furtiva o una pincelada de una mano sobre la otra, como gesto tierno para dar apoyo, confianza o simplemente, para expresar un “te he echado de menos”.

Una buena conversación representa un arte. Sí, es un arte, podéis tomarme la palabra. Es la mejor medicina para el alma que conozco (aunque claro está, que dentro de la misma categoría van los libros, el café, el chocolate y el vino). Si este tema no te despierta ninguna pregunta introspectiva, algo estamos haciendo mal. Me estás dando la razón.

art of conversationThe Art of Conversation, René Magritte.

Permíteme una pregunta. ¿Qué nos queda por la noche, cuando llega a su fin el día agotador? Nos quedan los recuerdos. Somos un cúmulo explosivo de sentimientos y recuerdos. Por muy racional que se considere uno, el corazón nos domina las decisiones cuando le da la gana. Y ¿qué clase de corazón guarda con cariño un recuerdo de encuentro con tu cuenta de Twitter y amigos que no sabes si te han hablado de algo o no?

Las conversaciones de verdad son algo maravilloso. Si uno tiene la extraordinaria suerte de encontrarse con seres humanos especiales, de esos que tienen la capacidad innata de inspirar y de hacer que las horas se conviertan en minutos… esos, que alimentan tanto en una conversación que parece no llegar nunca a su fin y que a la vez, se hace lacónica. Ese tipo de conversaciones son como las cartas de amor de antaño. Son conversaciones que te trasladan a otra punta del planeta y te traen de vuelta más sabio. Te cortan la respiración durante unos segundos y después, al recuperarla, solo buscas el modo de perderla nuevamente.

Cuando todas las palabras parecen estar perfectamente expresadas y el mensaje es empático y acertado, necesitamos ir un paso más allá. Al lenguaje corporal, al que se encarga de que el recuerdo posterior sea ese y no otro, el que le da unicidad al asunto. En ese momento, si los gestos salen de manera natural, se observa objetivamente desde fuera la típica escena de película en la que te gustaría verte. Una sonrisa tímida, un movimiento nervioso y brusco en el que puede que se te caiga algo, pero ya los elementos más importantes están presentes. Tú estás presente. Si tu corazón y tu mente están en la misma conversación, estás en el proceso de creación de un momento inolvidable. Y si estás creando, ¿no estarás haciendo arte?

Entonces…

¿Hemos perdido el sentido del tacto? ¿En qué momento hemos decidido convertir «charlar» en «chatear»?

Imagen de Portada: Robert Phillip: «Two women in conversation».

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