Una sombra cruza al trote la Carrera de San Jerónimo, esquivando a los diputados que terminan la sesión. Es otoño, llueve y son las ocho de la tarde aunque parezcan las doce. A medida que la sombra se acerca, la escala de grises va virando hacia el blanco hasta distinguir a un muchacho desfasado, ataviado con pantalones campana y botas de rodeo, guitarra al hombro y melena goteante al viento. Es Didirri, es la estrella de esta noche, y llega tarde al concierto.
Un poco igual que el protagonista de esta historia, suele entrar el público a los eventos Sofar Sounds. Perdidos, desorientados, un poco recelosos pero, la mayoría de las veces, asombrados ante lo que se vaticina como una nueva experiencia. Te gustará más o menos el resultado final pero los preliminares, de seguro, no te dejarán indiferente.
Si has llegado hasta aquí, quiere decir que eres “cool” o que tienes amigos “cool” que te han recomendado y te han incluido en la lista de los elegidos. Porque Sofar Sounds funciona igual en cualquier parte del planeta –en 418 localidades, como los organizadores anuncian en su web-, te apuntas en un formulario sin saber a dónde vas y esperas a que te llamen, así de fácil. Un encuentro exclusivo e íntimo en el que la música es la única y verdadera protagonista.
Aquí no hay cabezas de cartel ni barras de cerveza, no hay lectores de entradas y por no haber, no hay ni butacas. Cuerpo a tierra y a disfrutar del show. Aunque el lugar de celebración, el aforo y la decoración varían según la ocasión -desde una azotea o un salón particular hasta un barco-, la premisa es siempre la misma: espacios únicos, inesperados y reducidos a los que puedes llevar tu propia comida y bebida. Si eres reincidente, sabrás que además, conviene llevar una esterilla o un cojín para paliar el dolor de espalda.
La idea nace del deseo de disfrutar la música y ya está. Sin artificios técnicos y al alcance de casi cualquier bolsillo (10€ la entrada). Sin saber dónde será el concierto ni quién actuará. Un email en tu bandeja de entrada te indicará apenas 24 horas antes de la fecha del concierto el lugar al que debes dirigirte. Por lo que el éxito de la velada, dependerá, en gran medida, de tu capacidad para manejarte con google maps y de llegar hasta el lugar acordado con una mente abierta y libre de prejuicios. Aunque no necesariamente por este orden.
En lo que el público ha tardado en subir al “Jerónimo Urban Campus” y acomodarse por los suelos, Didirri se ha secado el pelo y ha extendido su merchandising de paños de cocina por algún rincón. Como comercial es bastante mediocre; por su estilismo, igual te cambiarías de acera al verlo, pero como cantante es bueno, muy bueno.
No en vano, es uno de los cantautores con más proyección de Australia y va camino de crecer aún más. En 2017, Triple J, la emisora de radio centrada en música alternativa y encargada de descubrir a nuevos talentos, lo incluyó en su lista de “niños mimados”, colocándolo entre los diez mejores conciertos del año, además de mantenerle como uno de los artistas sin sello discográfico más pinchados.
Y es que de eso se trata, de escuchar voces que no se encuentran en las salas de conciertos y casi ni en los bares, solo en la casualidad de un salón privado al que llegaste por azar. Como el azar que ha mezclado hoy a este australiano, con una argentino-americana y con un dúo granadino en apenas 60 m2.
La velada a la que asistimos reúne canción de autor de tres continentes, pero bien podría haber tocado copla o rap, vete tú a saber. La voz suave, casi adormecedora de Natalí Castillo, desde América de sur a norte; despertada por el pop-folk austral de Didirri, y, ambas dos, removidas y agitadas por la mezcla de rock, cumbia, rumba, bolero y ranchera de El Jose, un mix con sello andaluz descarado de desvergüenza y poesía.
Total que al final, cuando ya no sientes los riñones después de hora y media sentado en el suelo, y rodeado de latas vacías de cervezas, llegas incluso a creerte que estás en el Carneggie Hall, en vez de en un espacio coworking con vistas al Congreso. Ya se te ha olvidado cómo son los mullidos asientos de La Scala de Milán y sólo te acuerdas de los pelos malpeinados de Didirri; de los guiños de El Jose a su bajista; de los pies inquietos de Natalí con zapatillas de verano, o de la cerveza que derramaste y que ahora tendrás que limpiar antes de irte.
En apariencia, viniste a una velada de música. Pero nadie dijo que la música deba escucharse con un solo sentido.
CARMEN PLIEGO
Madrid, 9 de octubre de 2018.
Twitter: @carmen_pliego