Nekrassov

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Jemmett vuelve a ganar

La armonía interpretativa que se desprende en los montajes de Dan Jemmett es extraordinaria. Es capaz de conseguir una conexión grupal que tanto se echa en falta en un mundo cultural en el que todo siempre parece necesitar de lo inmediato. Tal y como hiciese con su aproximación a El burlador de Sevilla, Jemmett da un giro al texto ―adaptado por Brenda Escobedo―. Si en aquella ocasión realizaba malabares para dejar a un lado el verso y conseguir con ello la versión más ágil y diferente a las propuestas que han llegado después de la obra de Tirso, con Nekrassov revoluciona el texto de Sartre, acortándolo en casi cuatro horas de lo que es el original ―sin olvidar que se estrenó con una duración cuatro horas―. El resultado es un montaje tan actual que parece que Sartre hubiese acertado con lo que son la prensa y el poder a día de hoy.

Vivimos en una actualidad en la que la prensa escrita parece estar de capa caída donde el fluir de las noticias y de los falsos titulares puebla los móviles, ya sea en forma de WhatsApp o en Facebook. La mentira consigue que todo avance más rápido. Es una idea que puede despertar terror. En el texto de Sartre se conjuga a la perfección ese miedo con una exageración que lleva la locura a un extremo casi surrealista, pero a la vez muy reconocible.

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La dirección de Jemmett es eminentemente ágil. La velocidad que reina en cada acción nunca es atropellada. Sabe conseguir un rendimiento exquisito de su reparto, que nunca oscila en un exceso que lo aparte de la realidad. El formato de farsa que posee el texto está integrado en una escenografía jugosa y llamativa con ese ventanal gigante que sitúa la acción en un París convulso. La falta de credibilidad que existe en el poder y en la prensa es llevada a un punto reconocible. ¿Cómo no ser escéptico? Es un acierto que los personajes se encuadren en un momento determinado porque con ello consiguen que la apuesta pueda extrapolarse a un presente muy reconocible. El vestuario funciona al igual que los elementos escenográficos. Todo conforma esa realidad que asfixia, pero que se edulcora con mucha bebida. Tener el control de la prensa, noticias contrarias para relatar lo mismo, la mentira y esa tiranía del poder con la amenaza.

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Con la figura de George de Valera y su forma de huir y de interpretar ese papel del desconocido Nekrassov se crea una trama trepidante de idas, venidas, mentiras, aciertos, traiciones, investigaciones, más mentiras y más subtramas. Todos los personajes se encaminan en una misma dirección. Las conversaciones giran en torno a esa golosina que puede ser un titular jugoso, el ser despedido, el usurpar personalidades o el no ser lo suficientemente odiado para tener más prestigio. Si bien es cierto que la reducción del texto deja algunas subtramas en un punto intermedio, todo está resuelto de una manera ingeniosa. El reparto es excepcional. No importa que algunos de ellos doblen papeles, cada personaje posee entidad propia y jamás los actores realizan propuestas iguales. Sería injusto destacar un solo integrante del elenco, todos ellos se mueven en un registro notable que impregna de comedia una obra que no es en absoluto inocente. Las transiciones poseen fuerza y todo es conducido por una elección musical que vertebra los acontecimientos con mucha precisión. Un montaje de más de dos horas que consigue divertir y marcar un mensaje nada inocente. Nekrassov en una obra necesaria para un presente que parece no tener estudiado el pasado y que Jemmett maneja con la elegancia de alguien que sabe hacer teatro.

IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ

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