El hombre de las mil caras
Año: 2016
Duración: 123 min.
País: España
Director: Alberto Rodríguez
Guión: Alberto Rodríguez, Rafael Cobos (Libro: Manuel Cerdán)
Docudrama, cigarrillos y voz en off
Que los guiones de las películas de Alberto Rodríguez se vengan siempre abajo según avanza su metraje no es una sorpresa. Llama la atención que, en esta ocasión, con el solvente libro de Manuel Cerdán que les proporcionaba a los guionistas claves suficientes para que nada decayese, el asunto no mejore. Hace unos años sonó que sería Enrique Urbizu quien afrontaría la historia con una base en el mismo libro. Algo sucedió y ha sido finalmente Rodríguez quien ha realizado una historia basada en un momento crucial en la vida del inteligente Francisco Paesa.
El modo en el que se ha afrontado la película está más próximo al docudrama que al cine. De hecho, existen demasiados ecos al programa Informe semanal. ¿Qué han pretendido? Una molesta voz en off narra lo que aparentemente sucede, pero su empleo es incorrecto y nada aporta. Más bien parece querer aclarar la complejidad que puede tener todo lo planteado y que no se ha sabido plasmar en guion. El ritmo de la historia es algo desigual porque se pierde en estrategias de thriller sin que este tenga ese calado mínimo que se le debe exigir. Al ser una historia que podría considerarse próxima en el tiempo y reconocible, Rodríguez no ha conseguido afianzar su dirección en buscar algo diferente. Por mucho que se apoye en “noticiarios” del momento, la fotografía y la planificación no respiran búsqueda. Se quedan en lo acomodado sin aportar. ¿Qué ofrece una fotografía repleta de ventanas que no se cala de la hondura de los personajes? Tampoco los planos son efectivos. La propuesta navega en una obviedad que se ancla en el no avance.
El hombre de las mil caras parte de una historia fascinante que se diluye para terminar en nada. La figura de Francisco Paesa posee la complejidad y el atractivo suficiente para componer una trama que pueda llegar a asfixiar pero que, desgraciadamente, no sucede. Los viajes, los engaños, la avaricia, la separación, la mentira, el humo, los vuelos y las apariencias no consiguen conformar un eje común en una trama que sí la tiene pero que no refleja talento en su exposición.
El conflictivo caso de Roldan parece que les ha sido contado de oídas. Pese a ser el aspecto central de la trama, está próxima a la pantomima. Por otro lado, sí consigue mostrar el ridículo en el que quedó España con el ministro Juan Alberto Belloch a la cabeza. La burla a la que sometió Paesa a todo el país tiene un elemento extraordinario para que el ciudadano de a pie conozca ese lado tenebroso de la avaricia a la que conlleva -o puede hacerlo- el poder. ¿Por qué con todos esos aspectos ha quedado un resultado más próximo a un telefilme sin trabajo? ¿Solo sirve la cantidad invertida para demostrar que se ha viajado en busca de localizaciones?
El reparto es muy desigual. Lidera un Eduard Fernández que borda cada acción pero es una pena que no se le haya sacado más partido. El resto del equipo artístico son comparsas que están escasamente acertados en los roles designados. José Coronado es un buen actor, pero en esta ocasión, no ofrece nada. Se queda en lo que sabe hacer, pero con cierta artificialidad en los tonos empleados. Carlos Santos pelea para dar forma a Roldan, pero desgraciadamente, tanto él como Luis Callejo, en su rol de Belloch, parecen sacados de un Celebrity interpretado por Joaquín Reyes. La caracterización de ambos es ridícula y poco efectiva. Estos elementos solo consiguen dejar más alejada la poderosa historia de la que se partía. Marta Etura en su fraseo no resulta en absoluto creíble y su frialdad se contagia a las escenas en las que sale. Es una pena que a un actor como Tomás del Estal no se le haya dado un peso más importante porque siempre, haga lo que haga, puede apreciarse una continua búsqueda.
El hombre de las mil caras parece un juego de aprendices. Una historia como la que ha servido de guía, merece que se trabaje seriamente y no como un juego con mucho presupuesto que hay que gastar.
Gusto: Cilantro.
Imagen: Buhardilla.
Olor: Mantequilla.
Sonido: El piano de Monk.
Tacto: La espuma.
IVÁN CERDÁN BERMÚDEZ