Todavía estamos impresionados con la pérdida irreparable de David Bowie hace ya casi tres meses, siempre genial e innovador. Un artista que se reinventó en cada trabajo y se adaptó a los tiempos conservando su esencia. Un hombre que vivió plenamente sus pasiones, por la música, por la vida, por su familia (cuentan que su amor por Imán fue un fechazo a primera vista, siendo su enamoramiento de tal intensidad, que en la noche en la que se conocieron ya empezó a elegir nombre para los hijos que tendrían juntos).

Ya ha pasado un tiempo de su pérdida y queremos recordar a ese genio perfeccionista que, antes de hacer mutis con su acostumbrada elegancia, celebró su último cumpleaños y presentó su maravilloso último trabajo, cargado de declaraciones veladas del inminente final del túnel cuya luz ya empezaba a vislumbrar cada vez más cerca. Tuvimos que descifrar el mensaje pocos días más tarde.

Su pasión por el trabajo bien hecho hizo que no pudiera dejarnos hasta acabar su última obra, a pesar de tener otras esbozadas en esa mente incansable de crear arte. Nos quitamos el sombrero ante el Duque Blanco…

…Y recordamos otras premoniciones en forma de legado musical, cuando se empieza a ver el final del camino:

«Everybody knows me now…»

SIT.TIBI.TERRA.LEVIS

Un sonido: tañido de campanas.

Un olor: tierra.

Una imagen: el ciprés («Luto serás para nosotros y luto serán para ti otros, y asistirás a los dolientes», dijo Apolo al concederle a Cipariso su deseo de convertirle para siempre en ciprés, ante su profundo dolor, para poder llorar eternamente a su ciervo domesticado, al que había herido de muerte por accidente con la jabalina que el dios le había regalado. Ovidio, Metamorfosis, libro X, 86-147).

Un tacto: el frío mármol.

Un gusto: amargo.