El turismo, ¡qué gran invento!

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A la izquierda el Palacio de Oriente. Andando un poco más, el Campo del Moro, precioso
jardín. A su espalda encontrarán la estatua de Don Quijote, es el centenario de 
Cervantes. La ciudad es preciosa.

 

Papá, ¿Qué es hacer turismo? ; Pues es ir a otros países y ver los sitios más importantes; aaaaahhhh ¿pues es muy parecido a invadir no?
Dani Jiménez. 8 años

 

Un gran transatlántico recorre la laguna de Venecia interrumpiendo abruptamente su paisaje. Es posible que las olas que produce a su paso contribuyan a que el deterioro de la ciudad se acelere. Probablemente la carga que lleva dentro también lo esté haciendo y a ritmo más rápido.

Ese mismo transatlántico, en su tamaño más grande, llega cada día al puerto de Barcelona dejando en tierra a miles de personas como si el desembarco de Normandía se tratara, el turismo como infantería de avanzadilla de la colonización del turista, el individuo que viene a disfrutar, a desconectar, a “hacerse” la ciudad. Empezando por el puerto, barrio a barrio, desplegándose. Se calcula que ocho de cada diez personas que un día normal pasea por las Ramblas es un turista.

Berlín no tiene puerto de mar pero sus aeropuertos reciben a miles de turistas, tanto aquellos que van a unos días a visitar la capital alemana como los que van a pasar una pequeña larga temporada, a experimentar la vida en el bohemio y excitante Berlín. Y de esta forma van subiendo el precio de los alquileres, barrio tras barrio, como si fueran las agujas de un reloj, como si hubiera un nuevo muro de Berlín, este móvil, que va separando las zonas de la ciudad en función de la capacidad adquisitiva.

Berlín, Barcelona o Venecia son ejemplos representativos pero este es un fenómeno que se extiende a muchas ciudades.» ¡Destruyamos los museos!» gritaban las vanguardias artísticas. Se trataba de sacar el arte a la calle, de llenar de vida los espacios muertos de los museos llenos de pinturas colgadas como carne en el matadero. Y de repente, las ciudades se convirtieron en museos, lugares vacíos que visitar y comprar suvenires. De hecho, se podría hacer un paralelismo entre la estructura de los grandes museos con el nuevo modelo de ciudad.
La exposición estrella como acontecimiento: conmemoración de la muerte de El Greco, una revisión de Munch, el nacimiento de alguien o la feria de los nuevos talentos emergentes . La política urbanista de acontecimiento en acontecimiento: de la feria de tapas a la celebración de la diversidad cultural, casi siempre folklorizada y asumible para los visitantes (caso paradigmático es la celebración de BollyMadrid en el barrio madrileño de Lavapiés y la cultura india cuando la mayoría de la comunidad no es india si no de Bangladesh), Del Madrid Río al FIB. La ciudad como lugar de paso y consumo, de intercambio de relaciones efímeras y basadas en un intercambio comercial donde lo importante es consumir. Al igual que en un museo, todo parece preparado para que el visitante termine en la tienda.

Comparten además, el museo y el turismo, la necesidad de acumular experiencias, acumular un yo estuve allí. El modo de relacionarse cambia y se distorsiona al ser mediatizado continuamente por la búsqueda de un beneficio inmediato, por muy justo que sea este.
El turismo como una actividad inocua, un proceso inocente en el que todos ganan, unos se enriquecen con experiencias y el lugar visitado consigue una inyección económica, dotarse de infraestructuras y mejorar su calidad de vida. Todo ello a través de una industria no contaminante (existe incluso el ecoturismo)

Sin embargo, si se escarba un poco sale a la superficie una realidad distinta. Ya no se trata  sólo de la contaminación que genera dicha actividad: en forma de aviones, construcción de infraestructuras o la fabricación de los mismos productos de consumo para los nuevos visitantes que incluye un mayor gasto de agua y de energía. Se fomenta la creación de un empleo precario, temporal, en muchos casos en negro. Un empleo que si bien en épocas de bonanza puede servir a jóvenes estudiantes o gente que necesite o quiera ingresar un dinero extra, en épocas de crisis enseña todas sus miserias y se convierte en una tabla mínima a la que se aferran muchos para no ahogarse del todo.
Venecia pierde habitantes a un ritmo vertiginoso y cierran negocios locales en una espiral que se retroalimenta. A medida que se abren negocios para los turistas menos habitables se hacen los barrios. A medida que se abandonan los barrios, las tiendas cierran. Las ciudades se convierten en un escaparate entonces, las calles de cualquier ciudad se igualan a golpe de franquicia. Podríamos apostar a que en cualquier calle comercial europea veremos los siguiente, hagan su lista: Starbuks, Zara, McDonald, Springfield, Desigual, Tryp Hotel o Primark. Uno podría viajar de ciudad en ciudad alojándose en el mismo hotel, comprando la misma ropa, comiendo los mismos platos y viendo las mismas películas o musicales.

La ciudad como centro comercial. ¿Y los lugares exóticos? Los lugares lejanos, exóticos, sufren por partida doble. Por un lado se convierten en el destino del occidental blanco que busca perderse para encontrar algo, la búsqueda de lo auténtico, de la comunión con la naturaleza, lo espiritual que ha perdido en la ciudad y en su jornada laboral. Por otro lado es la opción preferida del viajero de resort y pulsera (ya sea de lujo o en uno de esos viajes de estudiantes)

En el caso del resort no hace falta indicar sus efectos, la construcción de grandes hoteles a modo de búnker con su impacto ambiental. La apuesta por un modelo económico dependiente, una vez más, casi en su totalidad de los países del norte y que se basa en un modelo laboral que necesita de la precariedad y de la falta de derechos. Turista rico que viene a descansar con todo pagado frente a trabajador que ha de cumplir sus deseos con una sonrisa para no perder su empleo. Es fácil imaginar que se reproducirá una vez más el viejo esquema colonizador-colonizado.

Escapar del resort y de la pulsera no significa siempre que el viajero no actúe como un turista más. Se va al otro confín del mundo a buscar lo genuino. A aprender las formas de vivir de los indígenas, los ritos auténticos. ¿Pero de verdad se puede ser tan ingenuo como para pensar que se puede conseguir lo auténtico en un unos pocos días y pagando? La respuesta se contesta por si sola. Es posible que la buena voluntad contribuya a la creación de un folklore y una tradición acorde a las expectativas del visitante, que pueda volver a casa con una experiencia satisfactoria. Que la verdad no arruine la expectativa de la guía de viajes.

Las guías de viajes, las páginas web dónde cada viajero deja sus opiniones y consejos, las agencias especializadas. No parece haber cambiado de los primeros viajeros del Siglo XVIII. Se siguen creando fobias, filias y tópicos. Sólo que la “democratización” (democratización, otra palabra que parece dotar al viaje turístico de cualidades positivas) de la capacidad para viajar hace que su impacto sea enorme, aumentado la velocidad de posibles procesos de aculturización y desposesión de los pueblos receptores, que modificarán desde sus ritos religiosos a sus platos típicos, para obtener mayor beneficio económico. Se llega a tal punto que en más de una ocasión el turista podrá indignarse porque los nativos no cumplen los estereotipos.

¿Quién no ha sido turista alguna vez? Tal identificación no dependerá únicamente de la actitud del visitante sino la mera percepción de los autóctonos que le identifiquen como tal y establezcan dicha relación entonces. Y tampoco entonces, deberá uno echarse las manos a la cabeza y suplicar no ser tratado como tal. Quizás, como justicia poética, deberá sufrir un acoso para que consuma, ya sea a través de vendedores callejeros, como de grandes avenidas llenas de tiendas y los llamados a coma aquí.

Tampoco se trata de hacer una parodia del turista cruel y malvado que, cual Atila pero al revés, va engendrando infiernos urbanísticos allá por dónde pasa. Es evidente que no todo son procesos de resistencias de los enclaves turísticos, ni que los procesos de aculturización y gentrificación no son coadyuvados por numerosos residentes que ven como su renta y nivel de vida aumenta con el fenómeno turístico. Frente al movimiento vecinal contra el turismo salvaje en Barcelona, muchos vecinos convierten sus casas en hoteles ilegales que alquilan por días. Muchos son los que aumentan los precios en sus comercios y, evidentemente, se suman al carro del negocio.

Turismo en la naturaleza (pero minimizando los riesgos de ser atacado por un león o mordido por una serpiente), turismo de riesgo, en zonas de conflicto (adrenalina, sentir como suenan la balas, sin importar el motivo por el que vuelan), turismo espiritual o religioso (buscar el milagro, lo no material, tras pagar en metálico) e incluso teatro de la pobreza, dónde el turista busca lo auténtico observando, o viviendo por unos días con la miseria, el lumpen de la zona, buscando limpiar su conciencia o autoafirmarse. Una vez más el engaño, el turista cree que ha visto lo oculto, pero sólo ha visto un simulacro.

Blablacar, Airbnb, couchsurfing, nightswapping. La forma de viajar cambia de forma, economía colaborativa, un modo de salirse del circuito oficial, de descubrir la ciudad. Una vuelta más de tuerca. Poner en venta la intimidad, la solidaridad, una experiencia más a amontonar, a puntuar en la página web de turno. Capitalismo desregulado, seductor, presentado como colaboración. El turismo entra en el coche, en la casa, en el baño. Limpiar tu casa para el visitante, guardar con cierta vergüenza las cosas de valor y fáciles de robar, fingir que todo va bien en el hogar.

El turismo va invadiendo todo. Ya no solo es la avanzadilla «civilizatoria» que desembarca en países exóticos. Ni los ávidos de consumo cultural que convierten ciudades en museos al aire libre. Ni se trata de invadir los lugares donde vivían los dioses y dejar el envoltorio de la chocolatina. Ahora se visita el barrio de al lado con un mapa y una cámara fotográfica, se va, se consume y se vuelve antes de que cierren el transporte público. El turismo ahora ya no invade sólo lugares, también invade experiencias, afectos, relaciones, encuentros. Muchos empieza a coleccionarlos, se acercan y abrazan, besan, conversan, follan como turistas. Se quedan lo justo para consumir y hacer la foto, para contarlo e irse justo antes de que cierren el transporte público, antes del riesgo y de cuando el viaje te afecta, cuando el viaje empieza a ser cosa tuya.

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