UN SEGUNDO
Tocó mi hombro y deslizó suavemente los dedos hacia mi nuca. Sabía que ese punto me causaba un agradable cosquilleo y siempre recurría a él desde que hizo el descubrimiento que yo mantenía secreto para mí. Desde ahí, fue acariciando con la punta de los dedos mi espalda, muy ligera y lentamente, descendiendo por la columna hasta buscar mi mano. La apretó con dulzura y entrelazó sus dedos con los míos para desenredarse de nuevo y acariciar el dorso. Fue la última vez que pude sentir su calidez. Al cruzar el paso de cebra, me miró riendo, caminando hacia atrás mientras se giraba hacia mí. Pude admirar su belleza despreocupada y feliz. Estaba tan rabiosamente radiante… La luz de la mañana avivaba los reflejos rojizos de su cabello, movido por la brisa, acompasados con el baile de los pliegues del vuelo de su vestido de rayas. Podía sentir el amor en sus ojos al mirarme, reflejados en los míos. Tan sólo reía y me miraba.
A mí.
Solamente a mí.
Se soltó de mi mano por un instante.
…
Un segundo.
…
El coche la desplazó varios metros. Yo quedé en shock. Cuando pude reaccionar, temblando de arriba a abajo, me hice paso como pude en medio de la multitud que se agolpaba, entre preocupada y morbosa, haciendo círculo a su alrededor, de ella, de mi amor. Cogí su mano por última vez y sentí que ya no respondía como lo hacía unos segundos antes. Ya no sentía su calor, y su frío me dejó helado. Su calidez había decidido abandonarla sin avisar. Sin avisarnos. Fue como un rayo fulminante, cuyo efecto nos alcanzó a los dos…
Intento que el último recuerdo de ella sea su sonrisa y su mano junto a la mía, llena de vida, pero siempre termino sintiendo cómo se aleja y el mismo frío me invade, una y otra vez.
Y otra vez.
Infinitamente.
I. Adler.