«ESE»

Mi tren se acerca a la estación. Me sudan las manos y estoy algo nerviosa. Me miro en el espejito que llevo en el bolso y me retoco los labios. Extiendo una gotita de perfume suavemente en la parte de atrás de la oreja,  mientras intento pensar en el nombre de esa zona tan agradable al tacto. “Apófisis Mastoides” (Google me ayuda), cuyo nombre viene de masto, que alude a mama en griego por su forma semejante. Creo que debería llamarse como tú. Como el Bósforo de Almásy.

El tren penetra en el túnel de acceso hacia ti. “Tren con destino…”. Última parada. Voy ligera de equipaje, una pequeña bolsa de fin de semana. No creo que necesite más. Desciendo del tren hacia la zona llegadas de la estación. Hay gente que espera a algunos de los pasajeros, incluso hay pancartas y algún que otro novio nervioso que busca ansioso en la multitud los ojos de su pareja, a la que la vida ha distanciado en el espacio. ¿Estarás por allí o tendré que esperarte? Voy caminando siguiendo el suelo de baldosas amarillas (me faltan los chapines de rubíes…). Se va despejando el paso hacia una persona que está de espaldas: tú. Me acerco lo suficiente para reconocer el perfume de tu piel. Cierro los ojos mientras inspiro para alargar el momento. Dejo la bolsa de mano en el suelo y te rodeo con mis brazos, susurrándote al oído algo que solamente tú puedes oír. Noto cómo tus mejillas se abultan: estás sonriendo. Bajo mis labios hacia tu cuello y te doy un largo beso con los ojos cerrados mientras te aprieto hacia mí. Te giras lentamente y me miras a los ojos sonriendo, azul frente a marrón: comienza mi paréntesis. Será nuestro fin de semana y luego volveremos a nuestras vidas, pero no necesitamos más. Ambos lo sabemos y nos basta con ello. Recuerdo que me preguntaste una vez si tenía tatuaje. Desde nuestro reencuentro, creo que me quedé marcada por eSe, que se marchó tan pronto como apareció y por aquello que nunca ocurrió…

Alyce Ayres