«Podemos vivir sin las cosas principales, sin las
más grandes o las más importantes.
Pero no sin lo más insignificante.
No sin lo más leve.
Sí, sin la rotundidad de la madera y el acero.
No, sin la transparencia de un cristal.
Me voy a levantar.
Voy a dejar de pensar en ti y me voy a levantar
porque esto ya no tiene sentido.
Esto ya no es un sueño.
Es una ensoñación.
Es el pulso de la desmesura.
Un monstruo deforme de mi imaginación
enferma.»
A.P.V.
La misma mañana del día que leí este libro escribí un microcuento en una hoja de papel…
“Ella dijo que se rompía más con cada silencio. Y así era. Lo empezó sintiendo en su interior (ya siempre tenía la piel fría e incluso se acostumbró a tener escalofríos continuos). Un día le dije que tenía el hombro con aspecto brillante y traslúcido. Ella se asustó y al tocarse la zona que le señalaba, observó que además se había vuelto dura, helada al tacto y por tanto insensible. A la semana siguiente, tenía todo el brazo afectado y no podía moverlo. Cuando volví a verla, era un amasijo de cristales en el suelo.(…)».
Con este ánimo, me apetecía leer algo en esta línea, que mostrara la pureza de los sentimientos al hilo de esta historia. Hay veces que vamos en busca de libros y los encontramos, o no, pero otras veces los libros nos encuentran a nosotros. Cuando pude tener este volumen en mis manos al llegar a casa, tuve un buen presentimiento: buena edición, portada atractiva, autora que conocía por buenísimas traducciones, las cuales, en algunos casos, no relacioné, sin ser consciente de su labor hasta que investigué un poco más…
Comienzo a leer la dedicatoria: «A mi madre…» (nadie como ellas). Se inicio la lectura voraz.
Incluida en la colección de narrativa Ficciones, de Fórcola, la obra trata de la transparencia de los sentimientos, el ahogo de la angustia vital y personal ante una soledad y una indiferencia no elegidas: la que se siente estando aparentemente «acompañado» y que desgarra el alma, enajenando a la persona. Un monólogo interior que nos desvela una historia como si la observáramos por una mirilla, como un voyeur de la narración que no deja indiferente y que mantiene el interés del lector hasta que las piezas del puzle se unen y la historia se muestra en todos sus matices. Desgarra la sinceridad y la búsqueda no pretendida de una empatía encontrada en el lector, que quizá siente, sintió o sentirá en algún momento o de alguna forma, como lo hace Lola, ya sea durante un segundo o un lapso más dilatado en el tiempo. Por ello hiere y reconforta, hasta que la historia va abriendo el plano de visión poco a poco y desvela todos sus secretos.
Amelia Pérez de Villar cuenta sobre su obra:»Lola B. nació a deshoras, casi a escondidas, en un rincón de la casa donde vivo y trabajo. Maceró durante meses y se redactó de un tirón en menos de dos semanas. Ha visitado numerosas editoriales y concursos y, al final, decidió quedarse donde estaba. Llevaba años dormida y su nombre completo era La pasión de Lola B. La oferta de publicación de Fórcola llegó cuando acababa de salir La pasión de Mademoiselle S., así que tuve que buscar otro título. El pulso de la desmesura nos iba bien a Lola y a mí, de manera que así se ha quedado. Con su voz peculiar, espero que su historia les cautive y atrape, igual que lo hizo conmigo».
Se trata de la primera novela de la autora, en la que aborda la identidad personal y la imagen de uno mismo a través de una obsesión. El monólogo sincero e intenso de la protagonista, va ampliando el campo mostrado, página a página, hasta que podemos ver el alma de Lola con claridad, en toda su amplitud. Una mujer que espera y desespera, como tantas otras presentes en la literatura, en la vida. Con el Complejo de Penélope de quien teje y desteje sueños e ilusiones que sabe que no se materializarán, porque sólo son fantasmas o alucinaciones que tal vez pudieron ser reales. Un universal en la sensibilidad humana. Es una historia de sensaciones y sentidos o la ausencia de ellos, a flor de piel, en estado puro. La intensidad de la narración hace que no se puedan abandonar sus líneas hasta la última página, invitando a revisitarla para encontrar más lecturas, formales y de contenido, así como otros matices, que se van dejando descubrir a todo el se asoma a su poética prosa.
«Encontramos ecos de Lola B. en la desesperanza y la amargura de la Carmen de Cinco horas con Mario, de Miguel Delibes; en el delirio y la locura de La dama de Montecarlo, de Jean Cocteau; o en el tedio y el aburrimiento de las protagonistas de las novelas de Clarice Lispector. La soledad, y no la razón, es la verdadera creadora de nuestros fantasmas, fuente tanto de sueños como de delirios, anhelos y deseos, pero también de frustraciones y traiciones a uno mismo. Una novela que deja sin aliento.»
«Estoy prisionera.
Inválida.
Loca.
Y sola.
Estoy sin ti,
que eres lo único que quiero en esta vida.
Para qué quiero la vida.
Si estuviera inválida no estaría sola.
Tú no me dejarías sola.
¿o sí?
Sí, lo mismo sí.»
A.P.V.
La novela es el pulso de la soledad y sus silencios. La fragilidad como efecto que se rompe en mil pedazos, como a «Ella», del microcuento, cuando la desmesura entra en juego y el juicio se convierte en sinrazón y desesperanza, asumida sumisamente, sin rebelarse. Una deliciosa sensibilidad mostrada sin tapujos ni vergüenza, en toda su sincera pureza, expresada con imágenes de narración en forma de monólogo interno que se muestran también formalmente. Una lectura, un retazo biográfico de Lola, del vacío, del espacio de la ausencia que se consigue transmitir soberbiamente con palabras, en soporte abstracto (como Libeskind logró transmitir otro vacío, otro espacio ausente, con soporte material) y que consigue a través de su estructura interna y externa, arañar los sentidos sin dejar indiferente.
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Vista: pantalla de avisos.
Oido: Franz Ferdinand, Karelia, The Doors, coplas…
Gusto: Bourbon de un trago.
Tácto: una antigua silla de despacho
Olfato: gel de baño.